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domingo, 20 de abril de 2008

¿Que son los chicos de la calle?

Cuando hablamos de los chicos de la calle nos referimos a aquella parte de la población que viven o hacen de la calle su lugar. Ellos se encuentran privados de sus derechos, viven una violación sistemática de sus elementales derechos a la vida y a la inteligencia, a una alimentación saludable, a la salud, a la educación, a la protección y a una vivienda. Estos representan lo más temido en nuestra sociedad, probablemente porque no se los conoce, no saben como se sienten, que desean o por qué están lejos de su familia. Ellos son victimas del maltrato, del abuso tanto físico como emocional y psicológico.

martes, 15 de abril de 2008

Los chicos de la calle, los más desprotegidos

La cantidad de menores que deambulan por la ciudad es cada vez mayor; se calcula que alrededor de 1.500.000 menores trabajan en la Argentina



La presencia de chicos que viven en las calles parece causar indiferencia en varios sectores de la sociedad, donde la situación pasó a formar parte del aspecto cotidiano de la ciudad. La mendicidad, el cirujeo y la venta ambulante son algunas de las actividades diarias que muchos menores practican, solos, juntos con sus pares o acompañados por algún adulto. En la Argentina, a pesar de que no hay cifras exactas, se calcula que alrededor de 1.500.000 chicos trabajan todos los días, según la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil, del Ministerio de Trabajo. Empujados por la necesidad de sobrevivir, la cantidad de menores que mendigan por las calles aumentó considerablemente, en particular en algunas zonas, como las estaciones de trenes, subtes, el microcentro porteño y lugares de mayor actividad comercial. En 2003, el Programa de Fortalecimiento del Circuito de Protección Integral contra toda forma de Explotación de Niños y Niñas Menores de 15 años identificó a más de 1200 chicos deambulando por la Ciudad de Buenos Aires, en las zonas de Retiro, Nueva Pompeya, Nuñez, Belgrano, Chacarita y Villa Urquiza. Asistencia Según Unicef, en su publicación Chicas y chicos en problemas, "el trabajo infantil roba al niño un tiempo irremplazable para la educación sistemática en la escuela. Y está ampliamente confirmado que la falta de una educación básica imposibilita el acceso incluso a los puestos más bajos del mercado laboral". Para disminuir el trabajo infantil en las calles de la Ciudad de Buenos Aires y garantizar la protección de los derechos de los ciudadanos más pequeños, se pusieron en marcha programas de asistencia. Por medio de operadores que brindan atención a los chicos, un centro de día que asiste diariamente a sesenta jóvenes, hogares transitorios, atención judicial y una línea telefónica para realizar consultas y denuncias vinculadas a la problemática de la infancia, se trata de brindar toda la ayuda necesaria a los más desprotegidos.( Ver Programas del Gobierno de la Ciudad ) Por otra parte, un consultorio móvil recorre las calles de la Ciudad brindando asistencia médica a los chicos de la calle. El vehículo, que recorre las zonas donde se encuentran la mayor cantidad de menores en riesgo, está equipado como un consultorio médico y cuenta con pediatras, personal de enfermería y operadores sociales, que atienden a unos quince pacientes por día. Pero este problema social no es sólo una cuestión del ámbito de la Capital Federal, ya que 90% de los chicos que mendigan en la Ciudad provienen de la provincia de Buenos Aires. Por lo tanto, el gobierno bonaerense también implementó acciones relacionados con el tema, como por ejemplo, un servicio telefónico de prevención y orientación, asistencia en las calles, centros de día y hogares convivenciales.( Ver Programas bonaerenses ) "Por chicos con menos calle" Según datos del proyecto regional "Por chicos con menos calle", diseñado por las áreas de Minoridad de los municipios de Tres de Febrero, La Matanza, Morón y Moreno, junto con la Subsecretaría de Minoridad de la provincia de Buenos Aires, la edad de los menores en la vía pública oscila entre los 4 y 17 años, observándose la presencia de grupos de hermanos o jóvenes madres con sus bebes. Muchos provienen de zonas marginadas del conurbano y duermen en las estaciones ferroviarias en "condiciones deplorables". Es en especial preocupante la situación en los distritos por los que atraviesa la línea ferroviaria del oeste de T.B.A. (ex Sarmiento) que une la plaza Miserere, en el barrio porteño de Once, con la localidad bonaerense de Moreno en su tramo urbano, para continuar por línea no electrificada hasta Mercedes.


http://www.lanacion.com.ar/archivo/Nota.asp?nota_id=611332

jueves, 10 de abril de 2008

Refuerzan tareas de prevención a los niños en situación de calle

La Dirección de Minoridad y Familia se encuentra implementando un control sobre los niños en situación de calle. El trabajo se viene realizando desde hace unas semanas y de ello se ocupan 14 personas y ya se esta capacitando capacita a otro grupo.
Los niños en situación de calle se amontonan en las bocacalles de la avenida 3 de Abril. Donde ofrecen estampitas, piden monedas y ahora limpian parabrisas bajo la “coordinación” de algunos jóvenes, que ven en el entusiasmo de los más pequeños la oportunidad de hacer dinero.Ante esta realidad, la Dirección de Minoridad y Familia, realiza un refuerzo en el control habitual sobre los puntos estratégicos donde generalmente se agrupan estos niños.Según precisó Carlos Casella, titular del arca, “esta tarea de control es habitual pero ante la denuncia de que jóvenes se encontraban organizando a los niños, decidimos hacer un refuerzo de esa labor”, explicó. El funcionario manifestó que para este trabajo “se encuentran afectados 12 operadores de calle y dos asistentes sociales” y prosiguió “el trabajo que realiza el cuerpo de operadores es fundamentalmente de identificación de los niños y su realidad”.Los operadores de calle se encuentran trabajando en horarios rotativos durante la mañana y la tarde, en diferentes puntos de la ciudad, donde los vecinos han denunciado la presencia de niños deambulando. En esos lugares se encargan de individualizar a los pequeños y tomar sus datos para luego acudir a sus hogares y tratar sus problemáticas específicas. Algunos son conocidos de los asistentes, ya que sus padres fueron integrados en algunos de los programas de inclusión que la Dirección ofrece para sacar a los chicos de la calle. En estos casos el equipo interdisciplinario se encarga de reencauzar a los niños y de hacer cumplir las exigencias del programa a sus familias.Otros en cambio, han sido dados de baja por tener más de dos años de permanencia en los programas. Pero al perder el beneficio vuelven a las calles, por lo que la solución es reincorporarlos y ajustar las condiciones de permanencia para que no vuelvan a reincidir. En cambio, hay niños que son nuevos en la calle y es a esos chicos a los que hay que identificar para poder ubicar a sus familiares e incorporarlos en algún programa. El objetivo siempre es el mismo: que los niños puedan volver a la escuela y hacer la vida que les corresponde, lejos de la explotación de los adultos y de la calle que sólo le ofrece peligros y vulnerabilidad. En la primera etapa del trabajo, el equipo de operadores de calle realiza tareas de identificación e individualización. Este proceso, generalmente lleva varias semanas de labor y permanencia de los operadores en las calles. La razón es que los chicos habitualmente mienten sobre sus datos filia torios y dirección, además de ofrecer una fuerte resistencia al acercamiento de los trabajadores de Minoridad y Familia.Sólo para ejemplificar, vale mencionar que hace unas semanas se registraron episodios de violencia, en donde los operadores debieron abandonar un sector de la avenida 3 de Abril por la agresiones que generaban los chicos tras ser descubiertos en “tareas” cotidianas.Después de obtener los datos y determinar cuál es la situación particular de cada niño, comienza el trabajo multidisciplinario. Las asistentes sociales concurren a las viviendas de esos niños y comienzan a trabajar con sus familias. Después de una intensa labor, en la que intervienen psicólogos, sociólogos y asistentes sociales se analiza la posibilidad de incluir a las familias en planes sociales que den una solución a la problemática que afecta al niño y a su contexto, se exige que el chico retorne a la escuela.




http://www.diariolarepublica.com.ar/notix/noticia.php?i=141483

miércoles, 9 de abril de 2008

Tedesco responsabiliza a los padres por la violencia de los chicos

El ministro pide que les pongan límites

La seguidilla de episodios de violencia juvenil en las escuelas, incrementada en las últimas horas con nuevos casos en San Isidro, Entre Ríos y Tucumán, enciende una luz de alarma en las aulas. Pero para el ministro de Educación, Juan Carlos Tedesco, la raíz del problema no está en los colegios y tampoco en los chicos. La responsabilidad es de los adultos y, principalmente, de los padres, dijo ayer en una entrevista con LA NACION. “¿Dónde aprenden los chicos estas conductas? ¿Quién se las está enseñando? No es la escuela ni son los maestros”, advirtió Tedesco, de 63 años y con larga experiencia en organismos de la Unesco. Fundamentó su opinión en que los chicos conviven en una sociedad con un clima que favorece la permisividad y el hábito de no respetar la norma. “No se le puede transferir a la escuela la responsabilidad de resolver problemas que ella no genera”, afirmó, al describir las imágenes cada vez más frecuentes de chicos que van armados al colegio, grupos que se golpean ferozmente y hasta el caso de un adolescente que acuchilló a un compañero en clase. Los habituales cortes de calles y de rutas, la violencia policial, la discriminación en los boliches y las animaciones de los juegos electrónicos, muchos de los cuales invitan literalmente a eliminar al otro, son el paisaje cotidiano que rodean estos episodios de violencia que se viven en las aulas y en los alrededores de las escuelas. "No hay recetas mágicas", advirtió el ministro de Educación. Pero estimó que para atender el nuevo fenómeno de la violencia en los colegios hay que fortalecer la capacidad de los maestros para detectar síntomas que puedan derivar en episodios de violencia y pedir a los padres que se animen a poner límites. "Los adultos estamos perdiendo nuestra calidad de adultos. Hay un problema en la relación con la juventud. Hoy todos queremos ser jóvenes y la sociedad tiende a perder esa distinción entre joven y adulto", precisó Tedesco, que desde diciembre último integra el gabinete de Cristina Kirchner. -¿Crecieron los episodios de violencia en la escuela? -Es difícil saber si hay un recrudecimiento. En estos días aparecieron muchos fenómenos de violencia escolar, pero tienen características muy diferentes entre sí. Hay una tendencia a poner en una misma categoría episodios propios de violencia escolar, como la agresión de un chico a la maestra, y otros que no lo son, como cuando dos chicos se pelean por una novia a 15 cuadras de distancia del colegio. Hay que hacer distinciones, porque cada caso tiene causas distintas y requieren estrategias diferentes. -¿La situación le preocupa? -Nos preocupa mucho todo lo que está pasando. Pero primero debemos preguntarnos: ¿dónde aprenden los chicos estas conductas? ¿Quién les está enseñando? No es la escuela ni los maestros. No es en la escuela donde se aprende a resolver los conflictos por la vía violenta ni donde se enseñan formas de agresión. Tampoco son los maestros los que enseñan estas cosas -¿Dónde las aprenden? -Hay que comenzar a identificar ámbitos de enseñanza y aprendizaje de esas conductas violentas. Y puede ser desde los medios de comunicación y los jueguitos electrónicos hasta el propio ámbito familiar y el barrio. Son muy frecuentes, en algunos casos, los fenómenos de maltrato infantil. En la escuela se enseña a resolver los problemas en forma pacífica, se practica la convivencia, se enseña a manejar la lengua y el diálogo. Quizá no lo estemos haciendo con la intensidad, profundidad y eficacia que la realidad requiere. -¿Hay fallas en la escuela? -Más que hablar de fallas, tenemos necesidad de incrementar las acciones de prevención de la violencia. Necesitamos fortalecer la capacidad de los maestros para resolver estos problemas. Muchos de ellos no están formados para esta tarea. Tenemos el Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas, que atiende cuatro programas, destinados a la convivencia y mediación escolar y a garantizar los derechos de los niños y los adolescentes. -¿Con qué resultados? -Está haciendo estudios, investigaciones. Todos los datos, al igual que otros informes, coinciden en que en su gran mayoría los alumnos viven en la escuela un clima de paz, de convivencia y buenas relaciones. Los fenómenos de violencia más frecuentes son los casos de hostigamiento, mala conducta, agresiones, burlas a un compañero, robos y destrozos de útiles. Los que llegan a situaciones de verdadera violencia son de escasa magnitud. No llegan al 3% de las escuelas del país. -¿Hay registros? -Muchos se basan en los informes que publican los diarios. En la Universidad de San Andrés midieron los episodios que registraron los diarios entre 1997 y 2001 y concluyeron que hubo 108 casos. Es un fenómeno marginal, si se tiene en cuenta que el sistema educativo argentino tiene 42.000 escuelas y millones de alumnos. No hay que crear la sensación de que estamos en un fenómeno masivo de universalización de la violencia. -¿Por qué considera que el tratamiento del tema en los medios es perjudicial? -A veces la excesiva mediatización de estos fenómenos impide un tratamiento educativo y pedagógico del problema. En muchos casos hay afán por salir en los medios. Las situaciones exigen tratar estos temas desde la discreción y el anonimato. -¿En qué falla el Estado y en qué fallan los padres? -No hay que analizar el tema en esos términos. Si hay un padre ausente, más que una falla es un fenómeno social. Si hay una falla es en la prevención, en no detectar anticipadamente síntomas que pueden llevar a fenómenos de violencia. Hay que fortalecer radares, la capacidad de observación y de hacer diagnósticos preventivos. -¿Quiénes son responsables de atender esos síntomas? -En la escuela, los docentes, los directivos, el personal especializado. Desde otro lado, los padres también pueden apreciar conductas en sus hijos que puedan anticipar el fenómeno. A eso suma la necesidad de fortalecer el vínculo escuela-familia. -¿Hoy está deteriorado? -En algunos casos sí está debilitado; en otros, no. Hay contextos sociales y culturales distintos. -¿Los padres se han desentendido de esa tarea? -Hay un problema de los adultos en su relación con los jóvenes. Estamos perdiendo nuestra calidad de adultos. Hoy todos queremos ser jóvenes y se tiende a perder esa distinción entre joven y adulto. -¿Cuál es la consecuencia? -Eso hace que la permisividad, que existe, se convierta en muchos casos en abandono. La permisividad consiste en que yo no me hago cargo del otro. Y a veces hacerse cargo significa decir no. Muchos adultos interpretan que decir no y poner límites es ejercer un nivel de represión y autoritarismo negativo. Y en muchos casos es todo lo contrario. Decir no es un límite de protección, basado en el cariño y en el afecto. -¿Eso es exclusiva responsabilidad de los padres? -Uno lo ve en la TV, en los modelos que muestra. La distinción entre el joven y el adulto no existe. Hay un fenómeno de la juvenilización de la cultura, que no es muy bueno. Afecta a la escuela, la relación del maestro con el alumno, particularmente en los colegios secundarios. -¿Antes la escuela tenía resultados más efectivos? -Había menos problemas y menos necesidad de enseñar estas cosas. Además, ahora todo chico de 3 a 17 años está en la escuela y cualquier cosa que le pase tiene que ver con su condición de estudiante. Muchos de estos fenómenos afectaban antes a chicos que no estaban en la escuela. Hoy los tenemos a todos dentro del aula. -De todos modos, los episodios de violencia escolar se dan en sectores de clase media, que siempre estuvieron incorporados a la escuela. -Efectivamente. El fenómeno no tiene un corte socioeconómico. Afecta a todos. Hace cuarenta años no era un objetivo de la educación el aprender a convivir. Hoy es una fuerte demanda que se hace a la escuela porque la sociedad no encuentra formas de cohesión social. -¿Los maestros están preparados para atender esta problemática? -No podemos generalizar. Algunos sí, otros no. Estamos trabajando activamente en programas de convivencia y mediación escolar para atender este fenómeno nuevo. Debemos trabajar para fortalecer la capacidad de diagnóstico y observación del maestro. Y, a partir de estos casos, el equipo escolar decide los pasos por seguir. A veces se puede requerir la presencia de un profesional o un especialista. -¿Los maestros tienen instrucciones para actuar en estos casos? -Están los códigos de convivencia, que son el marco institucional que rige estos procedimientos. Cuando el Consejo de Convivencia es superado, intervienen el supervisor y la línea jerárquica de cada jurisdicción provincial. -¿Influye en la seguidilla de casos el clima de enfrentamiento que a veces se percibe en la sociedad? -Los chicos aprenden cuando observan, participan y viven experiencias de agresión en la sociedad. No hay mejor radiografía de lo que es la violencia escolar que observar lo que pasa a la salida de una escuela, cuando los padres, los adultos, no respetan abiertamente nada: estacionan en cualquier parte, detienen el tránsito, pasan por encima de cualquiera para retirar a su hijo. Es un ejemplo del clima de falta de respeto a la norma que existe en nuestra sociedad. Y eso enseña mucho más que una clase de convivencia o un manual. Hay un clima general de no respetar la norma. -Es el mismo clima que se vive con las protestas de los piqueteros y el reciente conflicto con el campo. -Por supuesto. Y no es un problema argentino. Los fenómenos de violencia en países desarrollados son de una magnitud que nosotros no conocemos. En Estados Unidos, donde todo el mundo está armado, cada vez que hay problemas de este tipo mueren 15 o 20 chicos. -Pero acá no estamos lejos. Hay casos de alumnos que van a la escuela con armas. -Efectivamente. ¿De dónde salen esas armas? ¿Quién le enseña a ese chico a manejar un arma? No fue la escuela. No fue el maestro. Eso lo aprendió el chico en su casa o en la calle. -Al centrar usted la responsabilidad de los adultos, ¿incluye a los docentes? -Sí, pero a veces el docente es el que está más obligado a jugar el papel de adulto. Y en muchos casos se ha constatado que los padres prefieren aliarse con sus hijos en contra de los docentes. Cada vez que un maestro se pone más exigente y trata de cumplir con su papel de un modo más estricto se produce este nuevo fenómeno, contrario a lo que ocurría en el pasado, cuando había una alianza entre la escuela y la familia. -¿El Estado actúa en esos casos para respaldar al docente o en los últimos años se ha relajado esa conducta? -El Estado siempre ha respaldado posturas que se basan en un criterio educativo. Recientemente, cuando la directora de una escuela de La Plata sancionó con tres días de suspensión a un chico y hubo una especie de clamor de la comunidad para que lo expulsaran, nosotros actuamos. Y estamos para educar. Nuestra función es educar, y si yo lo expulso pierdo la posibilidad de educar. No quiere decir que no tiene que haber sanciones. Pero la sanción es una etapa de un proceso educativo. No puede ser la etapa final, en la que sanciono al alumno, lo echo y se acabó. Salvando las distancias, es como si un hospital decide expulsar a un paciente que resiste un tratamiento porque no lo puede curar. La escuela tiene que agotar todas las instancias. Puede decidir ponerlo en otro lugar o tomar la medida que aconseje la situación. Pero de ningún modo llevar al extremo de romper el vínculo, porque ahí ya no puedo seguir cumpliendo con la misión educativa. -¿Qué medidas concretas hay que instrumentar para detener la creciente ola de episodios de violencia? -A mediano y largo plazo debemos fortalecer la enseñanza de la lengua. La escuela tiene que aumentar significativamente las experiencias que favorecen el diálogo. Para dialogar hay que manejar el lenguaje. Yo puedo expresar lo que siento a través del lenguaje. Hay una asociación muy fuerte entre violencia y lenguaje. Cuando el uso del lenguaje se agota se apela a la acción directa. Hay que favorecer las conductas de diálogo, que son la mejor manera de resolver los conflictos por vías no violentas. Conflictos va a haber y habrá siempre. Eso forma parte de la naturaleza humana y las relaciones sociales. Lo que debemos evitar es que el conflicto termine en agresión, en querer eliminar al otro. Por eso es muy importante que la escuela coloque la idea de aprender a vivir juntos como pilar fundamental de su trabajo. Hoy es más necesario que nunca.

Por Mariano de Vedia De la Redacción de LA NACION


http://www.lanacion.com.ar/informaciongeneral/nota.asp?nota_id=1002628&origen=rankingLeidas&origen=rankingLeidas

Documental los chicos de la calle piden la palabra

Por Oscar RanzaniRelatos de vida cotidiana apretados en un vagón de la estación Haedo. Los que hablan son chicos que tienen entre 10 y 20 años de edad y cuentan cómo es eso de vivir en la calle. Dialogan entre ellos, se conocen más a través del ojo de una cámara. Porque viven juntos pero algunos desconocen cómo llegaron sus compañeros a esos vagones abandonados, del otro lado de la vía. Del lado que la sociedad los colocó. Sus historias están atravesadas por malas experiencias con la policía que les dejaron rastros de “sargento” en sus cuerpos o por sus primeros acercamientos a las drogas. Pero también por la necesidad de ser considerados como lo que son: seres humanos. ¿Cómo es la vida de los chicos en situación de calle? Este es el primer interrogante que propone responder Los nadies, un documental de los jóvenes cineastas Ramiro García y Sheila Pérez Giménez, (directores de El tren blanco, sobre la vida de un grupo de cartoneros) que se puede ver todos los jueves de septiembre a las 21 en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543). El film resultó ganador del Concurso “Películas Documentales” organizado por el Instituto de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa). Los realizadores, el trabajador social Alejo García y un grupo de jóvenes con iniciativa social se embarcaron en este proyecto que tiene una característica peculiar: los protagonistas de la historia no solo hablan mirando a cámara sino que se la calzan al hombro y filman sus propias vidas. “Hicimos con ellos una capacitación muy básica basada en algunos encuadres y cómo aprender a grabar y a cortar”, explica Ramiro García. –¿Por qué decidieron que los chicos también filmaran?Ramiro García: –Esa era la base de nuestro proyecto. Darles la cámara significaba que ellos mismos demostrasen cambiar la imagen que tienen de pibes que afanan o cosas así y que pudiesen contar su historia, filmarla y usar los micrófonos. Además, el rodaje también servía para que se conocieran las historias entre los propios compañeros. Porque, a veces, no saben cómo ese amigo llegó a la calle. La idea con las cámaras era que fueran charlas entre ellos, con preguntas nuestras y de ellos también. Sheila Pérez Giménez: –Para nosotros darles las cámaras era un poco romper el lenguaje y ver qué pasaba con eso también. Es acercarles el cine no solo como espectadores sino como una forma de participación. –¿La película apunta a sensibilizar a la gente que los margina?Alejo García: –Como trabajador social pienso que es muy importante el aporte que se hace a esta construcción de un imaginario colectivo diferente a este lugar del pibe chorro que hoy bajan los medios. Se intenta bajar la edad de imputabilidad de los chicos y establecer que todos los chicos de los barrios son delincuentes. –¿Cómo llegaron a concretar el proyecto?S.P.G.: –Nosotros le propusimos a Alejo hacer un taller dentro del Centro de Día que coordinaba. Hicimos un corto de quince minutos que se presentó en el Festival “Hacelo Corto” del gobierno de la Ciudad y obtuvo una mención. A partir de ahí surgió la idea de hacer este documental.–¿En qué aspectos estos chicos eran representativos de la historia que pretendían contar?R.G.: –Queríamos mostrar un poco el recorrido que tiene un pibe cuando llega a la calle. En el documental empezamos con los más grandes contando las cosas que les pasan y después con los más chicos porque la idea era mostrar por qué llegan a la calle.